Identidad nacional o parte de eso es difícil de definir. Es quiénes somos, de dónde venimos y lo que elegimos para moldearnos. Es una combinación de construcciones sociales, experiencias individuales y descubrimiento. Es, más que todo, la fuente.
En mi caso, nací en Monterrey de madre mexicana y padre americano de origen irlandés-alemán. A la edad de 11 años, me mudé a los Estados Unidos después de vivir mis primeros seis años en México y en Venezuela los siguientes cinco.
En términos muy reales, soy mexicoamericana. Tengo pasaportes en ambos países y tengo familia en ambos.
Y he sentido orgullo y algunas veces decepción en ambos. Ser mexicoamericana es una experiencia interesante y valiosa, con un pie en cada país, es fácil ser empática y práctica en cuestiones controversiales, tales como la inmigración ilegal mexicana en U.S.A.
En el extremo opuesto, ser mexicoamericana puede resultar difícil, particularmente cuando, dependiendo de la situación, soy “demasiado latina o no lo suficientemente latina”. En algunos sentidos, nunca me he sentido más americana que en México.
México, un país en el que he pasado muchos veranos de niña y de joven, me ha frustrado algunas veces. Tal vez lo veo a través del prisma implacable de los Estados Unidos, pero frecuentemente empalmo mi cabeza sobre la falta de transparencia gubernamental, la escasez de servicios sociales y los obstáculos burocráticos al abrir un negocio.
México es un país con un tremendo potencial, demasiado a menudo frustrado por un legado de corrupción y el malestar de su población.
Sin embargo, siempre me he sentido fuertemente atraída hacia México. Es revelador que mis estudios me llevaron a una licenciatura de estudios latinoamericanos.
Hace casi tres años me mudé a México. México se encuentra en mi piel. Su vitalidad, color, comida, arquitectura y música son fascinantes. Te hace saltar. Para mí, la música del mariachi no es solamente la quintaesencia mexicana sino el único estilo de música que puedo creer que es multi-generacional, provocando igual pasión y orgullo en alguien de 8 años y en alguien de 80 años. Es emblemático, de lo mejor de México. Audaz, orgulloso, reflexivo y hermoso.
Leticia, mi mamá mexicana, es todo eso y más. Abierta, sociable y encantadora, ella se ha grabado en la psique de todos los que han tenido el placer de conocerla. Ella es México: Cálida, divertida e irreverente. No perjudica que ella también pueda cocinar una sopa de tortilla excepcional y tomar una copita o dos de tequila reposado. Ella es la promesa de México y eso, aunado al cultural y natural esplendor, es lo que yo quiero que mi hija Sofia se lleve de su experiencia en México.
Escrito por Michelle Mayer para Caras de México. Para leer más artículos analizando la identidad mexicana, haz clic aquí.