El fútbol es egocentrismo. El fútbol es impredecible. El fútbol es negocio. El fútbol es religión. El fútbol es política. El fútbol es corrupción. El fútbol es fanatismo. El fútbol es, simple y sencillamente, como la vida misma…
Seguramente los Mayas nos heredaron tan grande pasión. Ellos con su fabuloso juego de pelota en el que retaban a los dioses de las tinieblas y nosotros con un par de porterías, un rectángulo verde y un balón que al rodar se vuelve el debate nacional. Nuestros ancestros vencían a la muerte con su juego sagrado, en cambio, nosotros nos hemos reducido a simples fanáticos. Un fanatismo que causa ceguera y apatía que evita mover los engranes de este motor llamado México.
La religión politeísta de los Mayas mostraba respeto hacia el azote de los fenómenos naturales que sacudían sus tribus. Nuestra religión se volvió, en el mejor de los casos, monoteísta si no es que ateísta. Somos tan egocéntricos que hemos delimitado a conveniencia la necesidad que por naturaleza propia tenemos de creer y dirigir nuestras pasiones más elevadas a simples mitos en los que podemos crear fantasías.
Esas fantasías que nos hacen soñar con un cambio de mentalidad que hará que conquistemos la cima del fútbol mundial en los años venideros pero que no nos preocupamos por enseñarles a nuestros hijos que el dar la milla extra en cualquier actividad que realicemos no sólo nos beneficiará como personas, sino como país.
En México urge que nos pongamos la camiseta de inmediato. Urge que dejemos el fútbol en la televisión y que esos 90 minutos juguemos al balón con nuestros hijos en el parque, estimulándolos a que practiquen deporte y en los tiempos extra les enseñemos una conciencia saludable. No se vale que seamos uno de los países más futboleros del mundo y el de mayor índice de obesidad.
Los estadios de fútbol son las nuevas catedrales que se abarrotan los Domingos. Ya lo dijo Stephen Tomkins en su libro “Una breve historia de la cristiandad”: “Estamos abandonado las iglesias por los campos de fútbol. Los jugadores son los dioses y las gradas los bancos del templo. El fútbol es la nueva religión”. Una religión tan incomprendida como todas las existentes pero que en el fondo, nos hace unirnos a pesar de los gravísimos problemas por los que atraviesa México.
Sin embargo, no todo está perdido. Tijuana y Torreón son dos de las ciudades más golpeadas por la violencia en nuestro país y reflejan el más claro ejemplo de lo que el fútbol puede lograr en una sociedad. Cada quince días, los estadios de estas capitales registran entradas al tope para alentar a sus guerreros sobre la cancha. La unión de estos miles de aficionados se refleja al unísono cuando, tras una larga espera, llega el gol: Ese éxtasis tan anhelado, esa explosión indescriptible de júbilo y pasión que únicamente aquellos privilegiados que han estado en un estadio de fútbol han sentido.
Pero el fútbol también es tristeza. No hablo simplemente de aquellas finales perdidas, ni de esos errores infantiles, que por falta de concentración, cuestan eliminaciones. Hablo de la corrupción que envuelve al balompié, de los tiroteos en los estadios, de los pleitos injustificados en las gradas, de las drogas entre los jugadores, de las trampas, de las apuestas, de las indisciplinas, de los malos manejos de las directivas que vuelcan en caída libre a los clubes, a los jugadores y a la afición. El fútbol, como producto global, refleja el estatus social de cada rincón en el que la pelota rueda.
El fútbol es un juego de asociación en el que las individualidades pesan, pero no pueden hacer funcionar a todo el equipo. Nuestra sociedad mexicana funciona de la misma manera. Mientras sigamos creyendo que una figura hábil y voraz vendrá a solucionarnos nuestros problemas, seguiremos siendo el país del “ya merito”. Si seguimos dejando nuestras decisiones en las manos de otros y no decidimos involucrarnos en la vida política, social, cultural, democrática y deportiva de nuestro país, seguiremos perdiendo como siempre aunque creamos que hayamos jugado un partidazo.
Ya lo dijo Batuta (interpretado por Guillermo Francella, Rudo y Cursi, 2008): “El juego como en la vida, el esfuerzo individual no es nada si no es parte del esfuerzo colectivo, la colaboración no se entiende sin el principio básico de la generosidad. Todos brincamos por una misma causa; esa actitud nos une y nos hace hermanos”.
Tengo la fe puesta, como el hincha en su club, que México está despertando de un larguísimo letargo que nos ha impedido estar en los primeros planos de cualquier ámbito de la escena mundial. No sólo obtuvimos la medalla de oro en el fútbol varonil de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Recientemente fuimos campeones mundiales de fútbol con robots, torneo en el que programadores mexicanos se enfrentaron a los mejores del mundo y con esto queda demostrado que en México existe el potencial para sobresalir tanto a nivel intelectual como deportivo.
Escrito por Jorge Chávez para Caras de México. Para leer más artículos analizando la identidad mexicana, haz clic aquí.