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México en la piel

Yllelyna Aponte, Periodista y Locutora, hace una breve comparación entre su país de origen, Venezuela, y  el país en el que ahora vive, México. 

Al final la sangre ya no es roja, íntegramente se mezcla con un verde chile y el blanco que siempre busca la paz. Me cuestiono sobre cuánto tiempo tiene que pasar para que me convierta en “mera” mexicana y a la vez entiendo que en México cada espacio es único, cada región da sus frutos y tiene tantos problemas que a veces a los medios no les alcanza la tinta para cubrir lo importante y llenan con lo urgente. No hay tiempo ni espacio para informar lo extranjero teniendo en su tierra a tantos de éstos; razón que me obliga a adentrarme más a lo mexicano, dejar lo propio que ya se ha vuelto ajeno.

Ya inmersa comienzo a viajar, descubro que el sur son los olvidados, al norte gritan y aman a lo desesperado, a las orillas el suave movimiento del mar hace que sus emociones sean más fluctuantes. Y al centro ¡ay mi centro! se encierran en su corazón coraza, cansados de un “pasa-pasa”, es un ir y venir, unos se quedan para hacer familia o negocios y aprenden a ser de la región adoptiva. Es que en la patria azteca, la tierra se mueve; la gente emigra por terremotos, temblores, amores, desencantos, sueños, miedos. Buscan algo mejor, como todos los que viene, se van, los que vamos y llegamos.

En este contexto ya no te sientes tan extranjero al compartir con un vecino que viene de tierra adentro y que de igual manera no es tratado en ocasiones ni con compasión ni respeto. Ese hombre que su misma sangre lo ve foráneo, lo extrae de sus querencias, critica sus costumbres, niega su consanguinidad cultural olvidando que emana como volcán de esta tierra. A ese mismo se le desconoce su lengua, su raíz y su esencia que de color aceitunado, blanco o tostado que tiene plasmado el emblema de la bandera tricolor de orgullo mexicano.

Tras 7 años conviviendo con la intensidad mexicana, el paladar se vuelve agridulce enchiloso, fusionas la sazón méxico-venezolana y aprendes a amar más a tus raíces. Descubres que el amor es diferente no es machista. Con sutileza la mujer es la que persuade, enamora, seduce, encanta y “los manda”. Vas ganando cada día más amigos que te brindan su casa para compartir un buen tequila. El elixir de los dioses que te ayuda a olvidar lo difícil que es vivir en el extranjero, a apaciguar la culpa de vivir en un país tranquilo. Sí, tranquilo porque sabes que a pesar de todo… amaneces. No es fácil no angustiarse por cada llamado de tu familia. Quieres escuchar su voz pausada “estamos bien, estamos vivos”; porque en Venezuela sabes cuando sales pero no sabes si regresas. No es esta una confesión desterrada, es una vivencia constante propia de amigos y familiares. Y es que allí, la delincuencia impera en un país casi del color mexicano: amanece en rojo anhelando el blanco con la diferencia que la lucha no es por el verde pasto sino aquel verde que no está en bancos sino solo en las manos de un estado “bolivariano”.

Acostumbrada a protestar, marchar, a alzar la voz por la defensa de los derechos; en México mi voz se corta, la gente en muchas ocasiones se hace de “la vista gorda”; y ese diría yo con humildad, es el reto que me gustaría para los mexicanos.

Vuelvo al principio, ¿cuánto tiempo tiene que pasar para convertirme en mexicana?, ¿una visa, un hijo o un matrimonio arreglado? Eso sería un sí camuflajeado; prefiero seguir soñando sobre el azul caribe bañado por el “catire” sol que nace al norte del sur luchando porque el rojo no se derrame por las calles. Y concluyo para qué llamarme mexicana si es obvio que ya México está en mi piel.

Escrito por Yllelyna Aponte Carías para Caras de México. Para leer más artículos analizando la identidad mexicana, haz clic aquí.