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La residencia no planeada

Me mudé a México sin planearlo. Sucedió más fácil de lo que podría haber pensado. Vine sólo para sacudirme un poco del estrés y relajarme por unas cuantas semanas, dos meses tal vez, en Cabo San Lucas antes de regresarme a Vancouver. Durante ese tiempo conocí un poco de gente, que me fue presentando a más y gente, y sin ningún plan o intención, termine trabajando como publicista para un hotel. Y también si ningún plan ni intención, terminé enamorándome de México.

Después de 2 años, mi familia estaba muy feliz de que hubiera decidido regresar a Canadá para empezar mi propia familia, pero no estuvieron tan felices cuando, un año después, decidí regresarme a México (esta vez a Puerto Vallarta) con mi hija de menos de un año de edad. Ellos no podían entender por qué me iría de la tierra de “la leche y la miel” por la tierra del “arroz y frijoles”, en especial ahora con una bebé.

Yo estaba confiada en que era México el lugar donde quería criar a mi hija. El costo de vivir en México me permitió quedarme en casa con mi hija hasta que cumplió los tres años e inició su fantástica educación preescolar. Me costó sólo una fracción de lo que me hubiera costado en Canadá y al haber recibido cuidados pre-natales mientras estaba embarazada, sabía que los doctores privados en México proveían servicios de igual o mayor calidad que los canadienses.

Pero más que cuestiones prácticas, era la visión cultural que existía en México hacia los niños y su crianza lo que yo quería para mi hija. En Canadá, yo no sabía el nombre de mis vecinos que vivían en el mismo piso de mi edificio. En México, todos mis vecinos vinieron al cumpleaños de mi hija para comer pastel y dejar un pequeño regalo. Es una cultura donde a los niños no se les enseña a tener miedo de los extraños, donde todo adulto amigo de la familia se convierte en un tío o una tía, donde todos los niños en todas las escuelas usan uniformes ayudándoles a nivelar el aspecto económico dentro del salón de juegos, donde cantar en voz alta es divertido y no vergonzoso. Es relajado y divertido.

No me malentiendan, me vuelve loca que los mexicanos amen decirme que mi hija se vería más bonita con las orejas perforadas, que Coca-Cola puede curar cualquier malestar en los niños, que pegarles es el único método efectivo de disciplina o que soy una mala madre porque mi hija tiene que dormirse a las 8:30pm y no la dejo quedarse despierta hasta entrada la noche. Por más bueno que pueda ser que mi hija esté creciendo bilingüemente, a veces me frustro de que su español resulte mucho mejor que el mío y hay veces que no tengo idea de lo que acaba de decir.

Pero más importante que nada, cuando veo a mi pequeña hija pegándole felizmente a una piñata, comiendo chile sin pestañar, hablando en inglés o español con extraños y gastando sus tardes de domingo jugando en la playa, me doy cuenta que he tomado la decisión correcta. La leche y la miel son definitivamente deliciosas, pero para mí el arroz y los frijoles son mucho más satisfactorios.

Escrito por Sylvia McNamee para Caras de México. Para leer más artículos analizando la identidad mexicana, haz clic aquí.